Julia corriendo en plena naturaleza es ¡¡¡feliz!!!...
Mi hija Julia tiene veinte años y crece paralelamente al blog que inspiró, por eso anualmente anoto cada cambio de edad.
Tiene Autismo "no verbal".
Usted es gord@, usted es calv@, usted es alt@, usted es baj@; usted lleva gafas; usted utiliza bastón.Tú tienes acné, tú estás en pleno estirón, a tí te está cambiando la voz.
¿Es mi mirada lastimera, reprobatoria o de conmiseración?.¿Acaso cuchicheo ante tu poblada cara llena de granos o tu atiplada voz o miro, con atención, el bastón que usted usa para caminar?. Pues no miren así a mi hija, no se lo merece y yo tampoco.

sábado, 28 de julio de 2012

"MI NOMBRE ES PABLO, SOY UN ADOLESCENTE AUTISTA Y FELIZ"(M.A.M.)

ME LLAMO PABLO, SOY UN ADOLESCENTE AUTISTA Y FELIZ...¿ES POSIBLE?...NO ES FÁCIL, EL AUTISMO ES UNA ENFERMEDAD DURA, MUY FRUSTRANTE PARA EL QUE LA SUFRE Y PARA LOS QUE TE QUIEREN. PERO SI PONES TODOS TUS MEDIOS EN INTENTAR MEJORAR DÍA A DÍA...LO CONSIGUES, MÁS RÁPIDO O MÁS DESPACIO...PERO LO CONSIGUES. 
YO YA HE CUMPLIDO 15 AÑOS, SOY UN AUTISTA NO ORAL Y SIN EMBARGO HE CONSEGUIDO LLEGAR A SER FELIZ CON MIS LIMITACIONES. 



 Mi nombre es Pablo, tengo 15 años y desde los 3 años estoy diagnosticado como autista. Por supuesto, esto que están leyendo en estos instantes no lo digo, lo pienso puesto que mi diagnóstico va acompañado del matiz “no oral”, es decir, no hablo. 
Soy el primer hijo de Pablo y Sara, mis padres. 
Mi madre siempre deseó ser madre. Ya en su más tierna infancia sabía que su prioridad en la vida iba a ser la maternidad. Estudió ballet clásico desde los 4 años hasta los 17; una lesión de la rodilla le obligó a dejarlo. Aún así, cuando creía que su futuro era el baile, ya se preocupaba por averiguar en que momento de su, por supuesto, famosa carrera como primera bailarina, podría hacer un paréntesis para ser madre. 
Pero los sueños de juventud son eso, sueños. Tras dejar los estudios de ballet, inició la carrera de Historia en la facultad de nuestra ciudad, donde conoció a mi padre. Posteriormente, una vez finalizada la carrera, mi madre comenzó a trabajar en un periódico, como documentalista y mi padre montó una empresa de Arqueología. 
Una vez que a mi madre la hicieron fija en su trabajo y que mi padre consiguió cierta estabilidad laboral, se casaron tras casi siete años de noviazgo. 
Su boda se celebró un 12 de abril de 1994. En agosto mi madre ya estaba embarazada del que sería su primer hijo, es decir, yo. 
Fue un embarazo complicado desde el primer momento. Al día siguiente de notificarle oficialmente que estaba en estado, mamá tuvo una primera amenaza de aborto, que se tradujo en una orden médica de reposo relativo. 
Al día siguiente de empezar a trabajar, nuevamente una ligera hemorragia y nuevamente una orden médica de reposo. 
Pero el 1 de Octubre mi madre creyó que me había perdido para siempre, pues ingresada en el hospital, en reposo absoluto, hasta la decimotercera semana de gestación. 
A partir de entonces, el embarazo empezó a discurrir de una manera normal. Bueno, normal, normal……….mi madre lo vivió como una experiencia espiritual, casi mística. Todos los días colocaba sobre su vientre unos cascos con música de Mozart, Bach o Chopain pues había leído en uno de los múltiples libros que había comprado sobre el embarazo que la música clásica estimula positivamente al feto. 
También hacía ejercicios de comunicación materno- fetal, a través de caricias y suaves palabras. 
Aunque os resulte difícil creerlo, recuerdo perfectamente la música que escuchaba. Me gustaba especialmente el Concierto para Oboe en Do Mayor de Mozart, así como la Opera La flauta Mágica del mismo autor; me entusiasmaban Los Conciertos de Brandeburgo de Johann Sebastián Bach y de Chopin adoraba Las Polonesas. 
Me gustaban igualmente las caricias que mamá me hacía a través de su piel, en las que a veces participaba papá, sobre todo cuando mi tamaño ya era lo suficientemente grande para notar si lo que sobresalía era un codo, una rodilla o un pie…….¡les entusiasmaba!. 
Llegó el día de mi nacimiento con 21 días de adelanto. Mi madre, como deseaba un parto lo más natural posible pues quería disfrutar del momento de mi nacimiento en toda su intensidad, logró encontrar en las afueras de mi ciudad una clínica privada donde permitían que el curso del nacimiento llevase el ritmo que el feto desease. Mi madre estuvo dilatando durante unas 12 horas, siempre acompañada de mi padre, hasta que llegó el momento en el que la llevaron a una habitación que cumplía las funciones de paritorio y tras la orden de “¡empuja!”, mi madre empujó y yo salí prácticamente despedido. 
Me dispusieron sobre el pecho de mi madre, que no dejaba de llorar mientras decía “mi niño, mi niño”. Fue entonces cuando levanté la cabeza, abrí los ojos y la miré, pensando: “así que tu eres la que se ha encargado de mi durante todo este tiempo……….pues, sabes lo que te digo, gracias, porque lo has hecho muy bien”. Tras el nacimiento no lloré, algo no muy habitual entre los recién nacidos. Me hicieron el test de Apgar donde obtuve una primera puntuación de 9 y una segunda de 10. 
Tras mi nacimiento, pidieron a mi padre que me reconociese y firmase una serie de documentos. Mientras, me limpiaban mis fosas nasales y mi garganta, algo que me resultó francamente desagradable. Hacía cinco minutos que me habían separado de mi madre y ya la echaba de menos.
Seguidamente, nos llevaron a una sala en la que nos estuvieron observando durante unas horas, poniéndome por primera vez sobre uno de los pechos de mi madre, para ver si mamaba o no……..¡y vaya si mamé……….estaba muerto de hambre!. 
Al día siguiente, me hicieron otra prueba sumamente desagradable: me pincharon el talón para cerciorarse que no sufría ninguana enfermedad metabólica. Lo cierto es que los médicos y las enfermeras, por el mero hecho de ser recién nacidos, se deben creer que somos tontos y que no nos enteramos de nada, pero ¡ vaya si nos enteramos!. 
Al día siguiente, me fui con mamá y papá a la que iba ser mi nueva casa. Durante el primer mes, tras mi nacimiento, no sé por qué pero mamá estaba hipersensible, lloraba por todo y a todas horas. Luego me enteré que a eso se le llama depresión postparto y viene motivado porque las hormonas de las mujeres tras el nacimiento se vuelven un poco locas. 
Lo que más me gustaba en el mundo era cuando mamá me ponía a mamar. ¡Mmmmmmmmmmmm……….ese contacto con el calorcito de mamá y esa leche tan rica que salía de sus pechos……..me encantaba!. Además, como tuve la gran suerte de no sufrir los típicos cólicos del lactante, mi vida se resumía en mamar cada dos horas, descansar y volver a mamar; y así todo el día. 
Algo que si les preocupaba y exasperaba a mis padres era la falta absoluta de sueño. Prácticamente, no necesitaba dormir……podía a lo sumo “echar una cabezada” de media hora, pero no mucho más. Y ¡claro!, si yo no dormía, mis padres, sobre todo mi madre que era la encargada de alimentarme cada dos horas, tampoco dormían, algo que a un adulto, por lo que recuerdo, puede llevarle casi a la locura. 
Pese a todo, mi madre siempre había dicho que quería tener más de un hijo y que deseaba tenerlos antes de cumplir los 35 años, por lo que debían darse prisa. 
Cuando yo tenía cinco meses, mamá se entera de que está nuevamente embarazada. Lo cierto es que mis padres deseaban tener los hijos seguidos, pero no habían pensado nunca que serían tan seguidos. 
El embarazo del que iba a ser mi hermano transcurrió con total normalidad. Mi madre incluso tenía cierto remordimiento porque este embarazo no lo estaba viviendo con la misma intensidad que el mío. ¡No tenía tiempo…….entre cuidarme a mi, llevar la casa y acudir al periódico a trabajar ocho horas todos los días……..siempre decía que recordaba que estaba embarazada porque notaba como iba creciendo su barriga y por las patadas que le propinaba mi hermano, algo que al parecer yo apenas hacía. Mi madre siempre dijo que yo en el interior de su barriga me movía como un pececillo y mi hermano se comportaba como un jugador de fútbol. 
Cuando mamá estaba embarazada de dos meses, yo, que jamás lloraba por nada, estuve una noche entera en un llanto, pero como no tenía fiebre, mis padres lo achacaron a que me estaba saliendo un diente o ¡qué podían saber ellos!. La noche siguiente se inició igual, empecé a llorar y eran incapaces de calmarme con nada, pero esta vez me pusieron el termómetro y tenía casi 40º de fiebre por lo que rápidamente me llevaron a Urgencias del Hospital Materno Infantil de mi ciudad. Cuando llegamos, me hacen un análisis de sangre, que sale normal y uno de orina, que sale algo alterado, por lo que deciden que pase esa noche en los que se denomina “Hospital de día “. 
Esa noche, la pasó mamá conmigo. Como siempre, yo me mantuve despierto, muy entretenido con las conversaciones de las enfermeras. 
Al día siguiente, viene a verme el jefe de Urgencias de Infantil, cuya especialidad era la nefrología, acompañado de una pléyade de estudiantes de medicina. Se sitúan junto a mi y, basándose en la mínima infección de orina que presento, decide que tal vez estemos ante un caso de insuficiencia renal congénita y le dicen a mi madre que me van a dejar ingresado unos días para realizarme unan batería de pruebas. 
Mi madre, sin salir de su asombro, acata por supuesto la decisión del médico y observa, sin poder hacer nada como me conducen a mi habitación. Cuando llega, me encuentra, con mis manos atadas a la cuna y con mi cabeza rapada, pues habían clavado la aguja del gotero en mi frente. Mi madre, que ya empezaba a estar hipersensible por las hormonas de su nuevo embarazo, lo único que podía hacer era llorar. En esos momentos, si yo hubiese podido hablar, le habría dicho que, lo de estar atado resultaba molesto, pero que la aguja en la frente apenas la sentía. 
Durante cinco “kafkianos” días, me hicieron primero una ecografía renal normal y, no satisfechos con el resultado, me hicieron una ecografía con contraste, a la que no pudo acompañarme mi madre, porque era una prueba que implicaba cierta radiación a la que una mujer embarazada no podía someterse, por lo que me acompañó mi abuela, la mamá de mamá. 
A los cinco días, me dan el alta, y en el parte médico señalan como motivo de ingreso, una otitis……¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¿una otitis?!!!!!!!!!!!!!!!!!.........Nunca nos explicaron el motivo de las pruebas realizadas y mis padres, tal vez por las ganas de acabar con aquel proceso, no lo pidieron. 
Regresé a mi casa. Tenía siete meses y antes de mi ingreso habíamos empezado a comer con cuchara, algo que de bebé siempre me había dado un asco horrible. Pues bien, cogiendo como excusa mi estancia en el hospital, a partir de ese momento me negué en redondo a comer papillas y volví a los biberones. 
A los 11 meses empecé a caminar sólo, como si lo hubiese hecho toda mi vida, algo que agradeció mi madre, pues ya estaba embarazada de siete meses y andar doblada sujetando a un bebe para que no se caiga es una postura bastante incómoda. Claro, tenía el contrapunto de que debían estar mucho más pendientes de mi. Pero si algo me ha caracterizado siempre era mi bondad y tranquilidad. Siempre que les preguntaban a mis padres qué tal era, siempre contestaban al unísono ¡¡¡muy bueno!!!, raro pero bueno, porque continuaba sin dormir y sin querer masticar. En cuanto a hablar………¡en fin!.....algún “ta-ta”, “aba” y poco más. 
Y llegó el nacimiento de mi hermano al que llamaron Ignacio, aunque siempre que se dirigían a él le llamaban Nacho. Y yo me preguntaba ¿por qué dicen que se llama Ignacio y siempre se dirigen a él como Nacho?. 
Nacho no había disfrutado de los conciertos de música clásica, de las conversaciones materno-fetales, de las suaves caricias para estimular su inteligencia, algo que a mamá le provocaba un enorme cargo de conciencia. 
Al menos, para su nacimiento acudió a la misma clínica en el que nací yo, pero, en el último momento se complicó la situación, por lo que debieron llevar a mi madre al Hospital pues la vida de mi hermano corría peligro. Al final saló todo bien, pero a mi me supuso estar siete días sin mamá en casa. Vale, me llevaban todos los días a verla, pero no era lo mismo. Reconozco que el nacimiento de Nacho no fue algo que me alegrase en exceso, más bien lo contrario. 
La baja por maternidad fue un poco estresante, pues mamá debía cuidar a dos bebés. Nacho acababa de nacer pero yo solo tenía catorce meses. 
Me estoy viendo metido en aquel horrible corralito, que parecía una cárcel, mientras mi madre le daba el pecho a Nacho…..si a mi había dejado de hacerlo hace ya unos ocho meses, ¿por qué se lo daba ahora a mi hermano y no a mi?. Saqué en lógica consecuencia que mi madre quería más a Nacho porque desde que había llegado a casa, estaba más pendiente de él que de mi, algo que me exasperaba. 
Cuando mi madre se incorporó a trabajar, tras la baja maternal, sus compañeras le preguntaban “qué tal lo llevaba yo” a lo que ella contestaba siempre:”Alejandro se ha quedado mudo” y era cierto………..tan cabreado estaba con mi madre que decidí que a partir de ese momento no volvería a hablar nunca más o, al menos, hasta que pasasen diez u once años. 
Es decir, me convertí en un niño que no hablaba, no lloraba, no dormía, no masticaba y se manifestaba siempre enfadado. 
Mi abuela, desde la perspectiva que le daba el haber tenido dos hijas, le comentó a mi madre que yo era un niño muy raro, algo que ofendió profundamente a mi madre, replicándole que simplemente era un niño muy bueno. Pero en el fondo de su corazón, algo le decía que aquel comportamiento no era normal. 
Recuerdo que un día fuimos a ver a mi pediatra, a la que yo odiaba profundamente desde el primer día que me conoció y lo primero que hizo fue volver a pincharme en el talón. Mi madre le expuso todos sus miedos y ella le dijo que podía ser una regresión motivada por el “síndrome del príncipe destronado”. 
Sin embargo, a los tres años continuaba exactamente igual. No hablaba, no masticaba, apenas dormía…….como no hablaba me resultaba muy difícil relacionarme con los niños en el parque. Pero seamos realistas, si un niño me pregunta, por ejemplo, “¿cómo te llamas?”, cinco veces y yo no contesto, lógicamente, se dará media vuelta y pasará de mí. 
Lo que si había empezado a ocurrirme era que, en ocasiones, sobre todo cuando algo me ponía nervioso, empezaba a gritar y, además de gritar, daba pequeños saltos y apretaba los puños con fuerza. También comenzaron a molestarme determinados ruidos: el secador de pelo, la lavadora al centrifugar, la batidora e intentaba aliviar la molestia tapándome los oídos con fuerza…….sin embargo, no me molestaba el claxon de un coche, el sonido del teléfono o el timbre de la puerta de casa. 
Otra novedad en mi comportamiento es que hay momentos en los que no puedo estar quieto, necesito correr, sin saber a dónde voy, pero correr, correr y si no lo hago, mi estomago empieza a dolerme; por lo que le oí decir a mamá, a eso se le llama ansiedad. 
Sin embargo, siempre he mirado a los ojos de la gente, nunca he rechazado los besos ni los abrazos, jamás me ha molestado que mamá o papá cambien las cosas de sitio. 
Y lo que más rabia me da de todo es que, aunque no puedo hablar, entiendo todo lo que dicen a mí alrededor pero la gente piensa de mi que soy tonto y dicen cosas que a veces me duelen mucho. 
Aunque a los tres años me diagnosticaron como “autista no oral “, nunca han podido obtener mi coeficiente intelectual. Y eso ocurre porque no soporto que me analicen, desconozco la razón pero como no hago las pruebas pertinentes dan por supuesto que no las sé hacer……..jamás, ningún psicólogo ha pensado que existe la posibilidad de que no las hago porque no me da la gana hacerlas. 
Se que todo el mundo piensa de mi que soy tonto, pero yo se de sobra que no es cierto. 
Lo que más me duele de todo es lo mal que lo pasa mi madre cuando, por ejemplo, estamos en la cola de la caja de un supermercado y a mi se me escapa uno de esos gritos que no puedo evitar e ¡inmediatamente!, todos los ojos que nos rodean se quedan fijos en mi, mirándome, primero con asombro y luego con lástima; por supuesto, luego esos mismos ojos se dirigen a mi madre, y es en ese momento cuando a mi madre le gustaría decir “¿qué pasa?, ¿nunca han oído gritar a un niño?, mi hijo no habla, pero no por eso es tonto y digno de lástima “. Pero, claro, no lo dice….lo interioriza y lo transforma en nerviosismo.. Sé que tarde o temprano, a mi madre, todas estas situaciones le van a pasar factura. Vive en una continua angustia pensando en mi futuro y es que debe ser muy duro desconocer si el hijo que tienes a tu lado y que amas con locura, tiene un coeficiente intelectual por debajo de lo normal, es decir, es retrasado o tiene un coeficiente estándar. No es capaz de eliminar de su cabeza un pensamiento:”¿ qué será de Pablo cuando nosotros no estemos?”. 
Si mi madre supiera que aunque no hablo, soy listo, pero muy vago. Si supiera que, no sé cómo, pero he desarrollado una especie de hipersensibilidad visual y acústica gracias a la cual casi podría adivinar lo que está pensando una persona en un momento determinado. 
Si mi madre supiera que desde los tres años, sé escribir en el ordenador y por supuesto, sé leer. Pero claro, no me des un lápiz, porque soy incapaz de utilizarlo. Parece que eso es debido a que tengo problemas con mi psicomotricidad fina. 
Por cierto, a los tres años me matricularon en un colegio de los que llaman concertados de integración y os digo que la integración no existe. La concertación si, porque estos colegios, por niño con problemas de aprendizaje matriculado, dinero que sacan del organismo político de turno. Durante cinco largos años, estuve en un colegio que, para que no gritase o para que no molestase a mis compañeros de aula, me dejaron a mi libre albedrío; es decir, estuve en un centro, supuestamente de enseñanza, en el que no me enseñaron absolutamente nada, y cuando digo nada, es nada. 
Y si no duré más en ese colegio fue porque algunas madres de niños “normales” protestaron ante el director porque “Pablo, el niño autista, molesta con sus gritos a nuestros hijos”, por lo que, literalmente me “pusieron de patitas en la calle”. 
A los nueve años, mis padres me matricularon en un colegio público, que obligatoriamente son de integración y nuevamente el mismo problema. No me entendían y molestaba. 
A los 12 años por fin mis padres me llevaron a un centro en el que me encontré cómodo por primera vez. Era un centro al que acudían niños “especiales” como yo. Había niños con parálisis cerebral, niños con retraso intelectual, niños con síndrome de Down, niños autistas y yo era uno más. Por primera vez, no molestaba, ni me miraban raro……….por primera vez, fui feliz en el colegio. 
En este colegio, como había muy pocos niños por aula, enseguida mi profesora se percató de que yo sabía hacer muchas más cosas de las que había demostrado. Un día me encontró haciendo simultáneamente dos puzzles diferentes, uno con la mano derecha y otro con la mano izquierda. Otro día, me vio “leyendo” un libro y empezó a preguntarme sobre los dibujos que lo ilustraban para saber cuál era mi grado de comprensión oral. Pues bien, de cien dibujos, acerté cien. Cien sobre cien creo que es un buen resultado y si lo hice fue porque, por primera vez en mi vida, alguien me preguntaba algo, no para demostrar que era tonto, sino para demostrar que era más listo de lo que parecía………..y aquello me gustó. 
En el aula, había un ordenador que nadie usaba. Como ya os he dicho, me cuesta mucho demostrar lo que sé hacer o mejor dicho, me costaba. En ese colegio, empecé a relajarme y un día sin que nadie me lo pidiese comencé a escribir sobre el teclado. Y ¿sabéis lo que escribí?: “Gracias, habéis conseguido que sea feliz”. Cuando se lo contaron a mis padres, no daban crédito a lo que les estaban diciendo hasta que lo vieron con sus propios ojos. 
A partir de ese día, encontramos una vía de comunicación gracias al uso del teclado y mi madre también, por fin, encontró un fino camino hacia la felicidad. 
Desde entonces, diariamente, mantengo largas conversaciones con mi ella, con mi padre, con mi hermano e incluso he hecho amigos a través de internet, pero jamás digo que soy autista. 
Han pasado ya tres años. 
Creo que estoy perfectamente cualificado para poder estudiar como cualquier otro niño de mi edad, pero también sé que ningún centro me iba a aceptar como a un alumno más. ¿Y sabéis por qué?. Porque aunque ya he encontrado una vía de comunicación, aunque en mi colegio piensen que es probable que mi coeficiente intelectual esté por encima de la media, no puedo evitar seguir tapándome los oídos cuando algún ruido me molesta; si estoy nervioso chillo, pego pequeños saltos y aprieto los puños; hay veces en las que necesito correr, porque los nervios me atenazan el estómago. 
Y lo más importante, no hablo y es muy probable que nunca hable. Me podéis preguntar por qué y yo os contestaré que desconozco la razón. Tal vez no lo necesite………no sé.. 
Me gustaría que la gente comprendiera que, aunque no somos como ellos, eso no significa que seamos peores,tampoco mejores, únicamente diferentes. 
Yo he presenciado como unos niños se reían de otro niño porque, como estaba afectado por el Síndrome de Down, hablaba mal y no entendían lo que quería decirles. 
Yo he visto como, esperando un semáforo, todo el mundo dirigía su mirada a un niño que estaba sentado en una silla de ruedas porque había sufrido parálisis cerebral. ¿Es que esas personas no son capaces de ponerse en el lugar de ese niño y sentir por un momento lo que ellos le hacen sentir con sus miradas?. 
Como ya os he contado, yo he vivido en primera persona el sentirme observado porque se supone que hago cosas que no deben hacerse en un sitio público. ¿Es que esas personas no pueden entender que hay gente a la que los sitios cerrados, con muchos ruidos, luces pueden llegar a desquiciarles ………..tan difícil es de comprender?. 
Lo que no puede evitar la gente es que haya personas como yo con afán de superación. 
Hace cuatro años hice un módulo de encuadernación; hace tres años hice un módulo de jardinería; hace un año hice un módulo de carpintería. Y ¿sabéis una cosa?. El año pasado me propuse, por primera vez, demostrar, eso si, a mi manera, lo que soy capaz de hacer. 
Como soy autista, un sitio lleno de gente, me molesta, y además como soy autista no oral, solicité por escrito matricularme en un instituto planteando la posibilidad de no asistir a las clases utilizando el ordenador como herramienta de comunicación. 
Lógicamente, busqué el prototipo de instituto liberal, no atado a prejuicios, abierto a nuevas experiencias y, hay que reconocer que la experiencia de que un autista logre aprobar el primer curso de la Eso, a distancia y con el ordenador como intermediario era un “handicap” de lo más apetecible. Pues lo conseguí, aprobé, aunque con un poco de retraso, primero de la Eso y el próximo curso pienso aprobar segundo de la Eso…………y así hasta dónde mis limitaciones me permitan llegar. 
Pero he dicho mis limitaciones, no las limitaciones que me pongan los demás por ser autista. 
Hay que proponerse en firme eliminar todas las barreras. Las arquitectónicas para las personas que necesitan utilizar una silla de ruedas y las sociales para la gente que no es como el resto. 
Además quiero dejar claro que no solo soy autista. Me llamo Pablo y tengo quince años. Me gusta la música, los libros, el cine. Es muy probable que compartamos más cosas de lo que la gente cree.
Mi madre ¡ por fin ¡ ha dejado de culparse por mi problema. 
A mi madre, un psicólogo le dijo en una ocasión que el autismo tenía como origen la falta de afecto materno, lo que se conoce como el “Síndrome de la madre nevera”. ¡Mi madre, que vivió mi embarazo y nacimiento como lo más maravilloso que le había ocurrido nunca!. ¡Le ha costado muchas lágrimas, ha pasado mucho miedo y sigue teniendo miedo al futuro, a mi futuro, pero ahora ve que tal vez sea capaz de alcanzar un grado de autonomía importante, algo impensable cuando empezaron a verme los primeros profesionales. 
Porque yo, desde los tres años hasta que cumplí los doce, he pasado por las consultas de médicos especialistas en todo tipo de patologías: neurología, foniatría, psiquiatría, genética y todos los resultados de todas las pruebas que me realizaron, y puedo asegurar que han sido muchas, salieron absolutamente normales. Mi fenotipo es normal y no padezco ni Síndrome de Angelman ni Síndrome de X frágil; tampoco padezco el Síndrome de Tourette. Mi resonancia magnética salió perfecta y no soy propenso a sufrir ataques epilépticos. 
Soy autista no verbal con un nivel de inteligencia por encima de la media. Soy autista y vivo con unos padres y un hermano que me quieren y me aceptan tal y como soy. Soy autista y aprendí yo solo a escribir y a leer. Soy autista y me gustan las chicas, aunque tal vez nunca sea capaz de aprender como aproximarme a una. Soy autista y reivindico mi situación. Me niego a ser rechazado por no ser “normal” 
De acuerdo, chillo en ocasiones indebidas, me molestan las multitudes, ciertos ruidos y no hablo, pero soy feliz. 
Y soy feliz porque he aprendido a valorarme y sobre todo porque he conseguido que mis padres dejen de culparse y aprendan también a valorar todo lo bueno que han hecho por mi. 
El día que la gente deje de mirar, con descaro, sin decoro, a un niño con síndrome de Down porque no se le entiende, a un joven que va en silla de ruedas porque sufre parálisis cerebral, a un niño con retraso intelectual que no hace las cosas que le corresponden por su edad, simplemente porque no puede o a un autista porque, de pronto, se pone a gritar desaforadamente en medio de un centro comercial porque quizás el excesivo ruido le esté agrediendo mentalmente, ese día, el mundo será un lugar más habitable porque significará que por fin pueden convivir la gente “normal” con la gente “especial”. 
Me llamo Pablo, tengo 15 años, me diagnosticaron autismo no verbal y, a pesar de todo o quizás por todo ello, soy feliz. 

2 comentarios:

  1. ´Me quede sin palabras, ya que cada palabra que leía era como escribir lo que estoy pasando y lo que nos ha pasado con mi hijo Benjamín, no me contuve las lagrimas de lo conmovida que estoy, gracias de todo corazón por esta publicación por que me lleno de esperanza y fe.....

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  2. Gracias a ti por tus palabras Jhonny...ya sabes donde tienes una amiga.
    Un beso para Benjamín y otro para ti.

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