La prematura muerte de mi padre, tras 40 días en coma después de un infarto sufrido un 4 de enero, hace ya veinte años, convirtió las navidades en días incómodos, falsos, hipócritas...no soporto que me impongan que debo estar feliz a golpe de calendario.
Pero la llegada de Julia y, un año después, de Celia, hizo que me obligase a "vivir con ilusión" estas fechas. Poníamos el árbol, montábamos el belén...todo normal hasta que empezamos a darnos cuenta de que algo no iba bien en el desarrollo de Julia. Celia se emocionaba con la llegada de las revistas de juguetes que envían los diferentes centros comerciales, quería decorar el árbol, día a día los Reyes Magos avanzaban un poquito en nuestro belén, le entusiasmaba salir al anochecer para ver la iluminación, le fascinaba la cabalgata y, sobre todo, escribía...bueno, al principio, dictaba, su Carta a los Reyes.
Julia no. Por más que le enseñase las revistas de juguetes, ella siempre señalaba lo mismo, año tras año: la película "Bichos", una "Game-boy" y juegos de Super Mario Bros, aunque ya tuviese diez películas iguales, cuatro o cinco vídeo-consolas e incontables juegos de Mario Bros. Del árbol de Navidad, lo único que le interesaba era quitar las bolas, abrir la puerta de la calle y tirarlas por las escaleras; al belén, ni lo miraba; los tumultos de gente por las calles o el día de la Cabalgata se convertían en verdaderos ataques de ansiedad, acompañados de berrinches incontrolables. Las comidas familiares en casa de mi suegra eran verdaderos suplicios:"esta niña está muy mal educada", "Julia, ¡para ya de una vez!, "¡Julia, hay que comer lo que se pone en el plato!", "¿Y, ahora, por qué chilla de esta manera?", "¿y como es que no habla?, ¿y por qué no mastica?".
He llegado a la conclusión de que la Navidad es para Julia un concepto tan abstracto como el dinero y, por tanto, incomprensible, pero con el añadido de estresante. Para mí, uno de los peores dìas del año es cuando se celebra el festival navideño en su colegio: el conjunto de villancicos, mensajes dulzones y ver a mi hija tan desubicada, disfrazada, sin saber por qué, literalmente me machacan el ánimo. Aunque eran peores las Navidades en el primer colegio al que acudió. Era religioso y recuerdo que en sus "notas" indicaban que: "Julia no participa en el canto de los villancicos", "Julia no colabora en las actividades navideñas con sus compañeros".
Desde hace ya muchos años no pongo el árbol, ni monto el belén. Mi madre prefiere pasar las fiestas sola...bueno, como ella dice, acompañada de mi padre y mi abuela. Mi hermana las pasa con sus hijos, su marido y la familia de éste. Celia desde que se enteró de que los Reyes Magos éramos su padre y yo, perdió toda ilusión por la Navidad. No sé, tal vez, sea hereditario. Los días que las niñas están conmigo (este año en Nochebuena y Navidad) no comemos nada especial. En Nochevieja estoy con mi pareja y el único rito que cumpliremos será comer las uvas y brindar por el Nuevo Año.
Aunque puedan parecer días tristes os puedo asegurar que no lo son en absoluto. Los vivimos con normalidad, sin adornos de falsa felicidad. ¡Ah!...lo único que mantengo es la tradición de los regalos, con la diferencia de que ahora Celia prefiere que le dé dinero y a Julia, sigo haciendo como cuando era pequeña: intento ponerme en su cabeza e imaginar qué le apetece; creo que este año los Reyes le van a traer una "tablet", mucha música y ropa...pues literalmente la destroza.
Julia y Celia, de pequeña, una mañana de un día de Reyes Magos. Lo que Julia tiene en
manos son las instrucciones de la Game-boy de ese año...y si os fijáis, en primer término,
oso de peluche con el que aún duerme.
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