Hoy estoy triste.
No puedo evitar recordar aquellas mañanas de Reyes, hace nueve, diez, once años.
Celia había escrito, semanas antes, su carta en la que escribía detalladamente qué era lo que quería
qué le trajesen los Reyes Magos. Con mimo y magia, la guardaba en un sobre que, invadida por la
ilusión, introducía en un buzón de correos. Creía en su existencia, confiaba en sus mágicos
poderes y esperaba impaciente su llegada.
Julia jamás lo hizo...nunca supe qué era lo que deseaba y, lo peor, es que sospechaba que realmente
no deseaba nada...¡me parecía tan injusto!. Era yo la que escribía la carta en la que detallaba aquello
que presumía podría hacerle ilusión.
No obstante, las dos se levantaban y encontraban el salón repleto de juguetes, con una gran
diferencia:
Celia sabía lo que iba a encontrarse...Julia, no.
Celia corría nerviosa y apresurada a ver si sus deseos se habían cumplido...reía a carcajadas y
tomaba, incrédula,entre sus manos sus regalos. Inmediatamente, se ponía a jugar.
Julia, tras acercarse al salón, no miraba los regalos, no mostraba entusiasmo, nerviosismo, alegría.
Para ella era un día más. Por más que yo intentase poner alegría al momento, en seguida me invadía
el desánimo.
Si, los miraba...si, los tomaba entre sus manos...pero no jugaba con ellos. Pronto se levantaba y
regresaba a su habitación donde la esperaban sus cosas de siempre
La mañana de Reyes era uno de esos días en los que yo deseaba que Julia no fuera "especial".
Si hay algo que jamás podré perdonar al Autismo es haberme robado su infancia.
Por eso para mí, el 6 de enero es un día triste, muy triste.
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