martes, 11 de octubre de 2011

AYER FUE UN GRAN DÍA


Ayer fue un gran día.

Si alguien me dice hace diez, ocho, seis, cuatro años que ayer iba a ser un gran día yo no le habría creído.

Ayer se celebró la reunión de inicio de curso en el nuevo colegio de Julia, un centro de educación especial y puedo asegurar que ha sido la primera vez que he estado verdaderamente relajada en una reunión de este tipo.

Todos los padres y madres que estábamos en el Salón de Actos compartíamos lo mismo: uno de nuestros hijos es “especial”. Tendría que añadir que una de las madres que he conocido estos últimos días en la parada del autocar, sus dos hijos son “especiales”.

No sé si el hecho de compartir una situación tan complicada como supone el tener un hijo “especial” hizo que la situación que se vivió en aquella sala fuese de total relajación. Nadie miraba a nadie, nadie cuchicheaba…¡era como si nos conociésemos de toda la vida!.

Sí hay una cosa que nos caracteriza a las madres de niños “especiales “: la mayoría estamos un poco “motorizadas” en cuanto que, casi todas, repartimos las horas del día entre la casa, el trabajo y la educación, el seguimiento, el cuidado de nuestros hijos, los “especiales “ y los especiales, porque para una madre si es cierto que si tienes un hijo con un problema puede que estés más “agobiada” por su desarrollo, su comportamiento, su evolución, pero es igual de cierto que nuestros hijos merecen nuestra atención en la misma medida.

Julia tiene 13 años y es mi niña “especial”; Celia tiene 12 años y es mi niña especial. Estoy viviendo dos preadolescencias radicalmente opuestas. Salvo la llegada de la menstruación, todo lo demás es diferente.

Julia no tiene ningún interés por la ropa de marca de última moda, ni por el móvil de última generación, ni tan siquiera siente el más mínimo interés por el cantante o actor de turno.

Julia quiere ir cómoda, sus consolas pertenecen a la “prehistoria informática” pero son las que le gustan porque la enloquece Mario Bross y sus ídolos siguen siendo Hércules o Flick, protagonistas de películas de Disney. A los chicos ni les mira, pero sabe como darse una fiesta particular, en privado.

Celia ya tiene sus “Vans” último modelo y a un precio que no quiero recordar pero sus buenas notas y su maduro comportamiento me hacen sentirme obligada a recompensarla de algún modo. Sus últimos objetos de informáticos, además de caros, me parecen tan inútiles que tanto su padre como yo llevamos una batalla silenciosa para intentar quitarle la idea de la cabeza. Y luego está el tema “chicos”; creo que Celia se enamora locamente de uno diferente cada dos semanas. Menos mal que sus doce años la vergüenza y el pudor pueden al deseo y sus enamorados se quedan en meros “refrescos”.

Con todo esto quiero decir que estoy muy arrepentida de no haber dado el paso hace ya cinco años cuando nos dieron la “patada” en el colegio de las Ursulinas, en Oviedo. Ya sé que no se puede retroceder en el tiempo, pero el aire que ayer se respiraba en ese colegio nunca lo había respirado en ningún otro.

Julia ha dejado de ser la “rara”, la “roba comidas”, la “pegona”, la “gritona”, la “que no habla y hace ruidos raros con la boca “, la niña a la que rodeaban sus compañeros, haciendo un círculo para tirarle comida al suelo y  “echarse unas risas “ a sus costa, viendo como Julia se agachaba para comer lo que fuese: gusanitos, restos de galletas, bocadillos a medio comer. Julia a pasado a ser una niña como los demás, con los que está en el recreo, no sola como siempre había estado, con los que come en el comedor.

Julia va al colegio feliz. Celia va al instituto feliz. ¿Puedo pedir más?. No, porque yo soy feliz y hacía mucho tiempo que no sabía lo que era eso llamado felicidad.

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